martes, 29 de marzo de 2016

¿A quién enviaría usted al infierno?

Es 1968 y Guillermo Cabrera Infante, crítico de cine devenido novelista, es ya un hombre en el exilio. Tres tristes tigres, a la vez celebración de una ciudad y despedida de una época, viene de aparecer en España. Cabrera Infante colabora con Mundo Nuevo, la revista que Emir Rodríguez Monegal dirige en París. Allí publica crónicas y charadas que luego aparecerían en O y Exorcismos de esti(l)o.

Ya desde sus años de cronista cinematográfico en Cuba, Cabrera Infante creía en las bodas de la cultura pop y la epifanía. Es un descifrador de lo actual, no un especialista enclaustrado o monógamo. Ronda los cuarenta años. 

Me detengo en "Eppur se muove?", su crónica sobre el Swinging London. Tiene algo de fresco entre festivo y apocalíptico, y Cabrera parece conocer a medio mundo. Actores, músicos, diseñadores. No todos meros mortales, claros. Había una musa unánime (Mary Quant), algunas ninfas modélicas y muchos Orfeos. Entran y luego salen los Beatles.

Cabrera participó de aquel movimiento con una mezcla de fascinación, simpatía y sorna. Era una revuelta, una vanguardia y un poco una farsa. Y quiso ver cómo se vería (y se oiría) la luz de una vela una vez apagada. 

Cabrera contó en aquella crónica cómo el underground londinense se hizo olimpo mediático, con eclosión de estrellas y cometas fugaces, para luego adocenarse o dispersarse (algunos simplemente hicieron las maletas para Estados Unidos).

El epitafio anticipado de aquella fanfarria psicodélica, apuntaba Cabrera, lo escribió el novelista Anthony Burgess, cuyo juicio musical era una condena teológica: “y al mismo tiempo son muy poca cosa para el infierno...ya están bien castigados con ser lo que son”. No así para Cabrera, su lector cum grano salis, al que el infierno musical de los Beatles no le sonaba tan mal. En su crónica hay de hecho algunos elogios notables a sus canciones. De "I'm the Walrus", del fallido Magical mistery tour, escribió que "es la única equivalencia musical jamás realizada del mundo arbitrario, sin sentido y fantasmal" de Lewis Carroll. El mercadeo y las ínfulas mesiánicas de la panda sí le parecían más que indigestos. 

El Swinging London fue no solo una desenfadada declaración de principios musicales y sexuales sino textiles (Esdras Parra, que lo conoció por aquella época, me dijo una vez: "Guillermo y Miriam se disfrazaban"). Cuando alguien le reprochó la ausencia de política en sus notas londinenses, Cabrera lo resumió de manera casi programática: “la reforma del atuendo es mucho más importante que la reforma de la religión -con un apéndice supurado. La política no es más que la religión por otros medios”.

Durante décadas, en Cuba, todo lo que evocara aquel mundo de libertades era considerado contrarrevolucionario, que es como decir hereje. Con los Rolling Stones, y casi a pesar de ellos, el fantasma de Cabrera Infante aparece sacando la lengua en La Habana.

Como diciendo: ¿a quiénes enviarían ustedes al infierno?